Juan Carlos Marcos

En nuestro diario acontecer encontramos todo tipo de experiencias, entre ellas, eso que popularmente se define como la de "conocer" a otras personas. Denominamos "conocer" a esos encuentros iniciales en los que por primera vez nos topamos, o somos presentados formalmente a otro ser humano. Pero hay otras instancias sociales en las que la gente "nos ocurre", quiero decir, eventos especiales e inesperados, cuyas consecuencias resultan para nosotros imposibles de olvidar o de apropiadamente agradecer.

Juan Carlos Marcos me ocurrió en 1973; uno de los peores años de mi vida. Todos hemos experimentado un período de completo y absoluto caos y el mío coincidió con la aparición de este argentino, propietario de los ojos más escépticos y descalificadores que recuerde.

Mi familia había salido recientemente de Panamá a Miami, un exilio sugerido por mi madre Anoland después de que el entonces Coronel Manuel Antonio Noriega acusara a mi padre de traición a la Patria, por estar supuestamente envuelto en un complot de la D.E.A. para matarlo a él y al General Torrijos.

Don Jaime Correa y Bella Fernández me habían recibido como suyo y ofrecido refugio en su hogar mientras encontraba donde establecerme y a la presión de terminar mi tesis de grado para optar por el título de Licenciado en Derecho y Ciencias Políticas se sumaban ahora mi ansiedad de tener que súbitamente vivir sin mi familia, estar en casa ajena y de ser considerado por la dictadura como "el hijo del traidor".

Anabella Correa, que sabía que yo escribía canciones, para ayudarme, le sugirió a un ejecutivo de Boyd, Barcenas y Marcos la posibilidad de emplearme como compositor en una de sus campañas publicitarias. La persona con la que me reuní para tal fin fue uno de sus creativos, por no decir EL creativo, un señor de nombre Juan Carlos Marcos.

A pesar de su inicial reserva y como indiqué antes, natural escepticismo, poco a poco nos fuimos conectando. Creo que una de las cosas que nos ayudó a establecer esa conexión era el que ambos parecíamos incapaces de mentirnos el uno al otro, yo era una persona con opiniones propias, un amante de la lectura que no participaba del común jueguito de artificialidades y conversaciones centradas en qué tipo de carro tienes o en que área de la ciudad vives.
A Juan Carlos presenté por primera vez, lo que más adelante se convertiría en mi estandarte artístico: la canción social.

Sugerí anuncios con letras y canciones versadas en nuestras realidades a nivel nacional, nuestra gente sus deseos y esperanzas. Marcos inmediatamente atrapó el concepto, lo estructuró y fue mi defensor cuando la compañía que lo empleaba (Cervecería Nacional) no pareció entusiasmarse por la idea de que su producto, la Cerveza Atlas, solo se mencionaba una sola vez, al final del "jingle" o comercial.

La campaña del "Dale que Dale" fue uno de los mayores éxitos de la publicidad nacional de todos los tiempos y el crédito se lo doy a Juan Carlos, que supo trabajar la idea, producirla y más importante aún, "vendérsela" a un patrón que no entendía como era la vaina.

Para mí, la oportunidad ofrecida por Marcos representó un alivio en momentos de gran necesidad económica, una oportunidad para elevar mi autoestima, bastante apaleada por los eventos antes descritos. Sin entonces yo saberlo, los comerciales del "Dale que Dale", con mis letras y canciones basadas en la realidad de mi pueblo, representaban un avance que determinaría la dirección de mi aun no decidida y futura carrera como compositor y cantante en New York.

Regresé a la isla de Coiba y por última vez, entreviste a los presos protagonistas de mi investigación, terminé mi tesis, la sustente, la aprobé y luego de inscribir mi diploma y registrarlo en la corte suprema de Justicia, viaje a Miami a reunirme con mi desarraigada familia y a ver que carajo haría ahora con mi vida.

Muchas fueron mis experiencias vividas con Marcos (siempre lo llame por su apellido) y todas fueron valiosas. Encontré en él a un amigo de sinceridad y claridad implacables, que no toleraba que le presentaran "bullshit" haciéndolo pasar como hecho. Paciente con los brutos pero inmisericorde con los presumidos, el a veces letal ingenio de Marcos devoraba el disfraz del argumento pretencioso con la velocidad de una piraña, exponiendo su¨boludez" y devolviendo a la razón su lugar de privilegio.

Sergio Cambefort, Rubén Blades y Juan Carlos Marcos

Marcos me ofreció el tipo de amistad fiel e inteligente que no se aun si existe para las nuevas generaciones, aunque espero que sí.
Lo que más lamento es no poder recordar cuando fue la última vez que lo ví o cuando fue la última vez que hablamos. No me perdono el no haber insistido en verlo y haberme contentado con la explicación de que Marcos "ya no vive en la ciudad" y "ya no quiere ver a nadie". Fui estúpidamente complaciente al creer que tenía la facultad para determinar y esperar "el momento adecuado". Nadie controla al tiempo, ni lo somete a su voluntad.

Excelente pintor, escultor, escritor, compositor (tengo una canción que escribió titulada "Gioconda", redactada con esa letra elegante, que desapareció de nuestra sociedad junto con la vergüenza cívica). Juan Carlos Marcos, fue como vivió, consistentemente mantuvo su verticalidad y coherencia hasta el final de sus días, y espero que antes de su partida haya pensado en lo mucho que lo hemos querido, en mi respeto y agradecimiento por él, aunque no se lo hubiese expresado recientemente.
Se ha ido de la tierra eso que los judíos acertadamente describen como un "mensch" (no hay que ser hebreo para calificar).

A nuestro siempre especial y apreciado Marcos, recién mudado "al otro barrio": el abrazo continúa apretando, hermano lobo.

 

Rubén Blades

25 de febrero, 2023

 
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