La Cultura de Rumbo
Las reflexiones que hago a continuación fueron promovidas por la lectura de un comentario en el diario panameño La Prensa, que hablaba sobre la actual situación de nuestro país, en el que “navegamos en la confusión de una sociedad que desconfía de todo”.
Deseo contribuir a la discusión pública de un tema históricamente complejo: comprender la raíz de los problemas de nuestro país.
La Cultura de Rumbo
Para los conquistadores europeos, Panamá fue siempre un lugar inhóspito. Comenzando por su clima, para ellos desagradable, con temperaturas elevadas y torrenciales aguaceros, y luego su geografía de densas selvas pobladas de toda clase de peligros, desde mosquitos que les enfermaban, hasta serpientes de letal mordedura. Los indígenas eran belicosos y algunos incluso eran caníbales. Para los primeros exploradores del Istmo, Panamá era un lugar al que solo se llegaba por necesidad y en donde resultaba una locura querer establecer un domicilio permanente.
Lo que hizo atractivo al istmo, especialmente a los buscadores de riqueza, fue su especial ubicación geográfica que ofrecía la posibilidad de ir de desde el Pacífico al Atlántico, y viceversa, en un tiempo relativamente corto. Por eso, desde el inicio de la presencia europea el istmo de Panamá fue considerado exclusivamente como un lugar de tránsito, propicio para actividades como transportar riquezas, intercambiar mercancías, hacer negocios… pero no para residir en él.
Tal apreciación, correcta o no, resultó en un escaso numero de habitantes, circunstancia que solo era alterada temporalmente por la celebración de las Ferias, en Nombre De Dios y en Portobelo, actividad económica que atraía a una población flotante de miles de personas. Al terminar cada evento, estos visitantes regresaban a sus lugares de origen. La realidad de Panamá como un lugar de tránsito ha sido históricamente avalada por los números, entre ellos el hecho de que nuestra República alcanzó su primer millón de habitantes hace solo 57 años.
Una de las consecuencias de esta condición transitista es la implantación en la psyche de nuestra sociedad de una forma de interpretar la vida y de percibir el futuro que, a falta de una mejor definición, entiendo como una "cultura de rumbo". La "cultura de rumbo" nunca determina a que puerto desea llegar, sino que vive en constante movimiento, de sorpresa a sorpresa, sin considerar la posibilidad de producir estabilidad, seguridad, confianza. En la ausencia de arraigo y permanencia, la "cultura de rumbo" no permite apreciar el entorno, preservarlo o defenderlo, porque para ello sería necesario desarrollar el sentido de pertenencia. Por eso no construye, no planifica y no se considera responsable por la consecuencia de sus actos. Producido el hecho, su desenlace no crea obligaciones para una realidad que es definida por el protagonista a través de un constante reciclaje del presente. Por eso, la "cultura de rumbo" en vez de amar, utiliza.
La "cultura de rumbo" culpa al destino y a la mala suerte por los males sufridos y por los errores cometidos. Bajo tal apreciación, la culpa es un reflejo escurridizo, siempre en movimiento, condicionado y dependiente del azar y la casualidad y, por eso, diariamente prescriptible. En la "cultura de rumbo" no se considera el futuro, ni se aprende del pasado; no existe una acumulación de experiencia que provoque un desenlace planificado porque, bajo su influencia, todo es definido por el hoy, por lo inmediato, lo transitorio: el tiempo como tal no existe.
Crear un plan de ruta, considerar el largo plazo y aplicar experiencias pasadas son consideraciones inútiles para la "cultura de rumbo".
Su premisa es la de que nada es seguro, nada es confiable, todo cambia constantemente, de manera incontrolable, inexorable y fatal.
La "cultura de rumbo" no cree en la posibilidad de la voluntad para determinar consistencias y escoge al nomadismo social para sobrevivir.
Creo que "la cultura de rumbo" es una de las razones por las cuales en Panamá no hemos desarrollado un verdadero sentido de pertenencia, condición indispensable para formar, estimular y preservar nuestro ser cívico. Ese tránsito anímico constante, sin ataduras reales, sin solidaridad social, ni domicilio espiritual compartido, se ve manifestado en nuestras deficiencias ciudadanas, a nivel nacional y en todos los estratos sociales. Para el que existe dentro de la ”cultura de rumbo", la vida y el tiempo transcurren en un intervalo definido periódicamente por quincenas, cuyo propósito exclusivo es producir soluciones eternamente temporales. La clase política, beneficiaria de esta situación, se ha dedicado a formular, promover y vender a la población un espejismo administrativo que dura cinco años y en el cual aprovechan cualquier oportunidad que favorezca sus intereses mientras administran la constante desbandada de un pueblo entero, en continuo flujo de retiradas y de re-encuentros, auto-condenado a no tener jamás la oportunidad de verdaderamente alcanzar y sostener sus propios sueños. Y en ese constante rumbo sin puerto fijo, entre engaños, ilusiones ansiosas y promesas no cumplidas, una población pretende, a través del constante abandono de la realidad, evadir los efectos negativos producidos precisamente por su alucinada fuga.
Rubén Blades
6 de Octubre, 2017.