Sobre Nicaragua
La hermana República de Nicaragua esta familiarizada con la tragedia. Sea de origen natural, o producto de la irracionalidad o corrupción humana, los nicaragüenses han sufrido y experimentado dificultades a las que hemos escapado países como Costa Rica o Panamá.
Para la esperanza y confianza humana, las consecuencias físicas que produce un terremoto son tan devastadoras como la traición cometida desde la promesa de una posibilidad redentora. El sandinismo fue inicialmente eso, una promesa de redención, un movimiento nacional en contra de una dictadura sanguinaria, una comunión de espíritus que se convirtió en fuerza incontenible, que derrocó a una de las más brutales y perversas estirpes del totalitarismo: los Somoza. Con el triunfo de esa experiencia sandinista, todos esperamos que ocurriera lo mejor para Nicaragua. Una nueva nación, fortalecida por su éxito moral y decidida a crear una nueva dirección que beneficiase a la mayoría de sus habitantes, creando una sociedad libre, mas justa y con verdaderas oportunidades para todos.
Lo que ha ocurrido después, y ocurre en Nicaragua, es algo que merece ser examinado cuidadosamente por los pensadores de la Izquierda latinoamericana, de manera objetiva, sin obstinaciones doctrinarias, posturas demagógicas ni manoseadas explicaciones ideológicas que terminan siempre excusando errores con la tesis de "las circunstancias objetivas". Un examen hecho de esa manera, debería explicar cómo es que un movimiento popular genuino, concebido para derrocar a una abominable tiranía, se fue transformando poco a poco en una burda copia de la mediocridad, ineficiencia e injusticia que en algún momento afirmó despreciar. La Revolución Sandinista, a la que muchos apoyamos inicialmente, con fundadas esperanzas y razones, ha ido perdiendo uno a uno a sus ideales y a sus hijos, desde Ernesto Cardenal hasta Sergio Ramírez. Los ha separado, los ha sometido al ostracismo oficial o los ha desconocido, y con ello ha quedado reducida a una parodia de lo que fue. En su afán de aferrarse al poder, Daniel Ortega hipotecó su honor al pactar con posiciones como las de Arnaldo Alemán, una figura incompatible con las intenciones primarias del sandinismo. Esa fue solo una de las muchas señales que indicaban la pérdida del alma misma del ideal que inspiró el levantamiento contra Somoza.
Hoy, el pueblo de Nicaragua se manifiesta masivamente, tanto estudiantes como los sectores popular y privado, expresando no solo su disconformidad con las reformas a los programas de seguridad social, sino su indignación por la continuidad en el poder de Daniel Ortega, cuyo afán de eternizarse en el control administrativo del país se asemeja al poder diabólico al que una vez, gallardamente, se opuso. Ahora, su gobierno dirige contra sus opositores los cansados y gastados "slogans" del 60', calificando a sus críticos como "agentes del imperialismo", maleantes y elementos anti-sociales.
La cuota de muertos cobrada a la ciudadanía resulta un sacrificio innecesario, un sufrimiento injustificable como recurso para atraer la atención de un dirigente intoxicado por su propia leyenda. ¿Qué es lo que no ha entendido Daniel Ortega? ¿Qué es lo que le mueve a traicionar su propio origen? ¿Será que su terquedad y codicia le llevarán a ser parte de la lista de dirigentes de la Izquierda que le han fallado a la idea? Con sus actos y comportamiento erráticos, Ortega compromete de forma negativa el argumento social esgrimido históricamente por la izquierda, y que en muchos aspectos ha sido coincidente con los planteamientos de los movimientos populares que hoy son dirigidos a terminar la corrupción y el desgobierno, transformando la deplorable situación por la que hoy atraviesan las naciones latinoamericanas. Los actores de esa corrupción aprovechan estas situaciones para etiquetar e invalidar movimientos legítimos, surgidos de propósitos bien intencionados, para impedir las transformaciones necesarias. Estos desaciertos no hacen más que fortalecer el argumento político de la derecha para su eventual ascenso al poder gubernamental, con su agenda deshumanizada que ha producido tanta desgracia en toda América Latina.
Como siempre, brindamos nuestro apoyo al pueblo de Nicaragua, y esperamos que desde el seno del propio sandinismo, el genuino, surgirá la respuesta nacional que oponga la violencia que pone en riesgo no solo al noble pueblo nicaragüense, sino a sus mismos ideales. Detengamos ya la corrupción, la mediocridad, la mala administración y la codicia que traiciona nuestra posibilidad nacional y continental. A los imperios no se les combate con lamentos y posturas doctrinarias, se les combate siendo mejores, superándonos y evitando actos y actitudes que desnaturalizan la noble intención de procurar un futuro, en una sociedad mejor que la que ellos nos ofrecen.
¡Arriba Nicaragua!
Rubén Blades
23 de Abril, 2018