La Ceniza de la Esfinge
(Columna de opinión publicada en el Diario El Tiempo de Bogotá, Colombia, el 4 de febrero de 2011)
La inmolación de Mohamed Bouazizi, que inicia revueltas políticas internacionales dirigidas a rectificar la manera en que países árabes han administrado tradicionalmente vida y hacienda en todo el Oriente Medio, plantea un aspecto importante, generalmente soslayado en los análisis públicos hasta el presente: este suicidio no es producto de la estrategia diseñada por el terrorismo, por el argumento religioso extremo ni por los grupos político religiosos que se disputan el liderazgo en esas latitudes. La decisión proviene de un individuo que encuentra cerradas por el Estado las avenidas que le permitan desarrollar su potencial personal, su posibilidad económica productiva, incluso su sentido de autoestima.
Resulta el primer suicidio secular dentro de una realidad definida por sacrificios orientados por justificaciones metafísicas, protagonizada por hombres/mujeres bomba árabes entrenados e indoctrinados en una interpretación política del islam, fanatismo místico-proselitista que no representa al ciudadano árabe promedio.
El acto de Mohamad Bouazizi es espectacular por la contrariedad que plantea: como si en el Japón de la Segunda Guerra Mundial alguien hubiese preferido prenderse fuego para protestar contra el emperador Hirohito, en vez de escoger ser un piloto kamikaze y estrellar su avión contra el enemigo.
Este punto es importante. Parece plantear un cambio radical en las posibilidades o actos tradicionales de resistencia que buscan el cambio político-administrativo en el Medio Oriente tradicional. Las consecuencias de ese acto aislado repercuten en el área desde Jordán al Yemen. Interesante: solo en países con un atisbo de moderación política se han producido “desórdenes” públicos. Al momento, nada en Siria, o en Irán o en Arabia Saudí, países de controles férreos y donde la actividad política popular, secular o civil de oposición no es tolerada más allá del amago.
Para Estados Unidos la situación resulta difícil de enfrentar diplomáticamente. La verdad es que la política exterior de cualquier país estará determinada por la realidad política, no por los ideales que puedan existir o ser propuestos como deseables.
Estados Unidos ha sido aliado de Mubarak por décadas, luego de que éste se compro metió a no desarrollar políticas que hiciesen peligrar la estabilidad en el Oriente Medio, deseable, sin explicar primero que los llevó a apoyo de un déspota en especial, su no apoyo a grupos extremistas y el no antagonizar con Israel, continuando la política de coexistencia pacífica planteada por su antecesor, Anwar Sadat. La operación ininterrumpida del Canal de Suez también pesó en la decisión del gobierno estadounidense de aceptar a Mubarak como una ficha vital para el equilibrio de fuerzas, a pesar de su estilo interno de gobierno represivo y de la existencia de claras violaciones a los derechos humanos universales.
Hoy resulta absurdo que Estados Unidos hable de la democracia en Egipto como algo deseable, sin explicar primero la razón que los llevó al apoyo de un déspota. Por otro lado, hablar de apoyo a la democracia en Egipto equivale a la aceptación, imposible para Estados Unidos, de un resultado popular y democrático que ponga en peligro sus objetivos estratégicos, sus intereses y su seguridad nacional. Si apoya a los que buscan derribar a Mubarak se arriesga a lo inconcebible: promover la aparición de un régimen controlado por sus enemigos políticos. Esa contradicción, que se repite desde Arabia Saudí, se justifica por el esquema de la real politik. Una vez las condiciones objetivas cambian, como ocurre hoy en Egipto, entonces se abre la oportunidad de un sistema no represivo y verdaderamente abierto.
¿Ocurrirá eso? No creo que inmediatamente. El ejercito egipcio continua siendo la única fuerza capaz de mantener el orden y de administrar a un país convulsionado o desorientado por el vacío de poder que la salida de Mubarak ha creado. El pasar de los años, a diferencia de lo que afirme el tango Volver, (“sonada”) en realidad pesa mucho, especialmente cuando de la corrección de la desigualdad se trata.
Tres décadas de control al desaparecer liberan una acumulación de antagonismos religiosos y políticos, oportunidades civiles perdidas, egos pisoteados, gente descontenta y oportunistas que buscan protagonismo en una pesca en río revuelto.
Sólo el ejército posee el entrenamiento para enfrentar ese desborde pasional y el caos institucional consecuente. Es posible que, inicialmente, el ejército se una o dé la impresión de unirse, a las demandas del pueblo, especialmente si sus tropas, las que tendrían que salir a reprimir a los manifestantes, están compuestas precisamente por jóvenes que también provienen del sector popular que hoy está en la calle protestando.
Pero, veo difícil que el ejército ofrezca apoyo a facción alguna, sin primero estar seguro de hacia qué lugar se inclinará la balanza del poder después del conflicto ni creo quela cúpula castrense egipcia acepte compartir su poder con grupos, civiles, religiosos o fundamentalistas como la Hermandad Islámica, o facciones políticas subvencionadas por intereses de otros países (Siria, Irán). Tampoco aceptarán la integración a un nuevo gobierno post Mubarak de quienes consideren sólo buscan, con la garantía del poder castrense, erigirse como nuevas versiones civiles de Mubarak, disminuyendo la influencia militar en las decisionesdel Estado egipcio.
Al presente, la situación continúa fluida. Los partidarios de Mubarak saben que una vez ido su adalid, el ajuste de cuentas por sus rivales comenzará. De allí que la violencia haya empezado a producirse en las calles de Cairo.
Por lo pronto, queda claro que Mubarak tiene que considerar abandonar inmediatamente el poder o si se arriesgará correr el mismo final que Sadat. Su tiempo para mandar ha terminado y la limpieza y sustitución de su régimen dictatorial parece que no será pacífica, desgraciadamente.
Israel es el país que más preocupado podría estar por los sucesos en Egipto. Si el nuevo gobierno decide continuar con la política antiisraelí de antaño, la explosividad de tal situación nos acercará más a una guerra internacional, con posibilidades catastróficas.
Ante tal escenario, la profecía maya del “fin del mundo” en el 2012 resulta inquietantemente factible.
Rubén Blades | Febrero, 2011
Rubén Blades
4 de febrero, 2011