Sobre la inmigración ilegal y las fronteras
La aproximación a las discusiones generadas por asuntos como el de la inmigración ilegal son generalmente emocionales y no racionales. Eso impide que las situaciones puedan ser objetivamente expuestas, analizadas y apreciadas.
Por ejemplo, el problema de la inmigración ilegal preocupa a todos los países del mundo y se produce en todas las fronteras. No está circunscrito a la frontera, por ejemplo, entre México y los Estados Unidos. En Panamá, la población se queja de los que vienen del sur "a quitarle trabajo a la gente". En Costa Rica se quejan de las personas de países vecinos que "entran ilegalmente y hacen que aumente la criminalidad" en suelo tico. Y en Ucrania, Turquía, India, Uganda, etc.
Empecemos por aceptar el hecho de que cada país tiene el derecho de producir y de aplicar leyes regulando la manera de entrar y de salir de su territorio nacional. Es una potestad soberana del Estado y es algo que cada población demanda de su respectivo gobierno. Por ejemplo, yo no puedo ingresar a México a trabajar, sin antes haber obtenido una visa de trabajo. Sin ese documento no puedo cantar, o presentarme como artista en México y esperar remuneración por mi trabajo.
Hasta donde tengo entendido, la frontera de México con Guatemala no está abierta indiscriminadamente, esto es, nadie puede entrar a vivir, o a trabajar en la tierra azteca sin visas que así lo establezcan. Entonces, si México reclama y aplica su derecho soberano y defiende sus fronteras estableciendo los requisitos requeridos para ingresar al país, ¿por qué razón espera el mundo que Estados Unidos no haga lo mismo con respecto a su territorio? Los ciudadanos de Estados Unidos reclaman lo mismo que los pueblos de Latinoamérica: protejan nuestros trabajos, garantías sociales y nuestra seguridad y exigen una inmigración regulada, para que no se afecte su calidad de vida.
Al encarar estos temas debemos entonces, como primer paso, tratar de entender el problema, su génesis y su historia, al igual que debemos prestar atención a la posición defendida por el que discute el punto contrario al nuestro. Comprender al interlocutor nos permitirá captar mejor el argumento y mejorará el nuestro. Esta preocupación de los gringos no es exclusiva, por eso, racionalmente puedo comprenderla. Pero existen aspectos que se obvian y se niegan, por la existencia en Estados Unidos de estereotipos culturales negativos que han sido atribuidos especialmente contra nosotros, los latinoamericanos: uno de ellos es la creencia de que todos los que emigramos lo hacemos con placer, como una primera opción personal. Eso no es cierto. Muchos hubiésemos preferido no tener que salir de nuestros países.
Atender este punto ayuda a explicar la dificultad que existe en lograr que los latinoamericanos nos asimilemos a la cultura norteamericana. Normalmente no renunciamos a nuestra cultura originaria, porque en el fondo todos esperamos algún día regresar a nuestros países de origen, a diferencia de italianos, ingleses, polacos, irlandeses y demás miembros de las etnias que, a principios del siglo 19 y durante el siglo 20, quemaron sus naves y opciones y decidieron vivir y morir en otras tierras.
El tema de la migración al Norte es complejo. Pero hay gente que simplemente defiende solo aquello que les interesa, desconociendo el interior del problema, limitando su observación a la superficie del mismo. Como indiqué antes, el tema de la inmigración posee una carga emocional pues muchos de nosotros viajamos fuera de nuestros países motivados por circunstancias que deseamos nunca hubiesen existido. Muchas de estas razones, sobre todo en Centro América, son consecuencia directa de los disparates, errores, abusos y pésimo cálculo exhibido por la política exterior de los Estados Unidos, durante la década de los setenta y ochenta que resulto en la emergencia de dictaduras militares o de gobiernos civiles corruptos. Soy un ejemplo de esas consecuencias. Mi familia se vio en la necesidad de salir de Panamá en 1973, cuando mi padre fue falsamente acusado de estar envuelto en una conspiración contra la entonces dictadura militar. La acusación fue hecha creo que en 1972 por el Teniente Coronel Manuel Antonio Noriega, un militar en la planilla de la C.I.A., hecho que en aquel entonces no era de conocimiento público. Cuando me recibí como Licenciado en Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Panamá en 1974, preferí viajar a Estados Unidos a reunirme con mi familia en la Florida que permanecer en Panamá y tratar de ser abogado bajo una dictadura. La decisión fue dolorosa y me produjo mucha ansiedad. Fue una transición emocionalmente difícil, adaptarme al nuevo ambiente y ser testigo de las dificultades que enfrentaba mi familia. Salir de Panamá no fue una decisión fácil. Fue un acto obligado por la necesidad.
La presente crisis desencadenada por la llegada de niños centroamericanos sin la documentación necesaria para su ingreso legal fue precedida por el reciente escándalo de las deportaciones hechas por el gobierno de los Estados Unidos, que al presente continúan, de personas, jóvenes muchos de ellos, cuyo delito fue crecer sin documentos en un país a donde fueron llevados cuando eran apenas criaturas. Me parece que en ambos casos, es una injusticia moral castigar a un niño por el error, o por la falta cometida por sus padres. Más incomprensible es que muchos de esos niños, convertidos hoy en adolescentes o adultos, han probado su capacidad para contribuir a la sociedad de la que forman parte, y aún así continúan siendo rechazados por el gobierno de los Estados Unidos alegando que son ilegales. Un segmento de la población norteamericana tiene la percepción de que los que venimos de Latinoamérica lo hacemos con el propósito de vivir a expensas de sus impuestos.
Desde que llegué a los Estados Unidos he dividido mi tiempo entre Nueva York y California. En esos cuarenta años NUNCA he sido abordado por mexicanos pidiéndome dinero en las calles. Tampoco se me ha aproximado un colombiano, peruano, ecuatoriano o dominicano para mendigar. Sin embargo, si me lo han solicitado blancos y afro-norteamericanos. La única vez que un mexicano se me acercó en la calle a pedirme algo fue para preguntarme si tenía un trabajo que ofrecerle. Esto nunca me ha ocurrido con blancos o afro-norteamericanos.
Nosotros no venimos al Norte a mendigar. Venimos en busca de oportunidades y cuando las encontramos en muchos casos se producen abusos que soportamos porque necesitamos trabajar para obtener lo necesario conque cumplir con nuestras obligaciones y ayudar a nuestras familias, dentro y fuera de Estados Unidos. Ese es nuestro orgullo. Así nos criaron y así somos, la mayoría.
Los hijos de inmigrantes ilegales que hoy carecen de la documentación necesaria para permanecer en los Estados Unidos, que no son mendigos, hablan inglés, tienen trabajo, poseen aspiraciones y solicitan oportunidades para contribuir a la sociedad igual que cualquier otro hijo de norteamericano, que no poseen conexión con la tierra de sus padres por no haberla conocido, que no sabrían como integrarse a los países de origen de sus padres, si son devueltos a un lugar solo definido por la nostalgia de sus progenitores. Estas personas deben ser legalizadas. NO MERECEN SER DEPORTADOS.
Los niños que están ingresando a Estados Unidos sin documentos desde Centro América, están siendo enviados por sus padres para escapar escenarios que han sido propiciados directa o indirectamente por los errores en la aplicación de la política exterior de Estados Unidos. La guerra de los Contras, estimulada y financiada por Ronald Reagan y la Derecha de Estados Unidos, no solo trajo caos a Nicaragua: también produjo miles de muertos en El Salvador, Honduras y Guatemala y desestabilizo a toda la región. El apoyo norteamericano a los gobiernos genocidas de esos países, a las juntas militares que masacraron a incontables civiles y figuras religiosas, lo hace responsable en principio por las consecuencias actuales de los abusos de sus otrora aliados.
La atmósfera de violencia en Centro América ha obligado a muchos padres a preferir enviar a sus hijos ilegalmente, en un viaje lleno de peligros, y de la mano de gente extraña, que hacerlos permanecer en un lugar donde no conciben la posibilidad de futuro para ellos. ¿Tiene usted idea del grado de la desesperación necesario para que una madre decida dejar partir a un pedazo de su vida bajo la incertidumbre que plantea el dejárselo encargado a un "coyote"?
Los niños que están llegando de Centro América, aunque no sean cubanos, deben ser recibidos, tratados con decencia y su permanencia en suelo norteamericano debería ser permitida, siempre y cuando tengan parientes, o personas establecidas en territorio de Estados Unidos, dispuestas y en capacidad de encargarse de ellos.
Adicionalmente, las medidas necesarias deben identificarse, discutirse y aplicarse para enfrentar y vencer las causas que producen estos éxodos. Si las condiciones fuesen distintas, la enorme mayoría de la gente preferiría permanecer en sus países. Se requiere que nuestros pueblos adquieran la madurez política necesaria para evitar continuar siendo gobernados por la incertidumbre, la mediocridad, o el miedo. Y es también necesario que Estados Unidos se abstenga de dar su visto bueno a gobiernos anti-populares, a cambio de apoyos políticos que favorezcan a sus percibidos intereses en la zona.
Rubén Blades
20 de Abril, 2014