Sobre el triunfo de Trump
A pesar de saber que "la vida te da sorpresas", sigo experimentando periódicamente esos momentos de estupefacción, a veces de manera espectacular, no importa cuán capacitado me sienta para enfrentar la realidad que nos plantea el diario existir. Nada, absolutamente nada, me preparó para la posibilidad de que Donald Trump pudiese llegar a ser el presidente de los Estados Unidos. Me equivoqué totalmente. Y a juzgar por las muchas reacciones de asombro en todo el mundo, no fui el único sorprendido.
A primera vista la victoria de Donald Trump en las elecciones pareciera demostrar que al electorado norteamericano le interesaba mas la demolición del status quo político existente, y la venganza, y no necesariamente las obvias virtudes o deficiencias de los candidatos.
Es un hecho que la mitad del país dio su apoyo a un candidato que durante la campaña electoral jamás explicó, adecuadamente, cuál es su propuesta para producir los cambios prometidos en su discurso político, ni como los sustentaría económicamente. Pero no olvidemos considerar también que Hillary Clinton ganó el voto popular directo, aunque perdió la elección, y que Trump obtuvo 1,700,000 votos menos que Mitt Romney, el candidato Republicano del 2012. De esto se desprende un hecho importante: no todo el electorado en Estados Unidos reaccionó emocionalmente.
Es indudable que su triunfo va a crear consecuencias, unas previsibles y otras no, pero todas capaces de producir serios efectos políticos, sociales y económicos, dentro y fuera de los Estados Unidos. Revisemos algunos de ellos.
A nivel interno, el repudio al plan del ObamaCare, que actualmente cubre a más de 20 millones de personas que anteriormente no poseían acceso a seguro médico; la disminución del pago de impuestos de la elite, el 1% de la población que tributa, algo que seguramente producirá un déficit de ingresos, afectando la continuidad de todos los programas de asistencia social y lastimando, por ende, a los sectores mas desprotegidos de la sociedad norteamericana; el fin de cualquier aproximación racional al presente problema de la inmigración, tipificado por sus propuestas de crear una muralla a lo largo de la extensión de la frontera con México y de la deportación inmediata de hasta 11 millones de personas; la nominación a corto plazo de un nuevo Magistrado en la Corte Suprema de Justicia (y probablemente uno más durante su período), lo que daría a la derecha ideológica el poder para revisar desde allí, fallos como el de Roe versus Wade, que favorece la legalización del aborto. A nivel internacional, el rechazo y revisión de los existentes Tratados de Libre Comercio suscritos entre los Estados Unidos y decenas de países; el replanteamiento de las alianzas estratégicas económicas y militares existentes y de las contribuciones económicas que las sustentan; la revisión de la delicada negociación de Estados Unidos con Irán y su programa de energía atómica; el rechazo a la iniciativa de París para controlar los efectos del cambio climático; una tendencia a la promoción del aislacionismo estadounidense cuyo efecto podría estimular la agresividad geopolítica de países como Rusia, y la República Popular China.
Todos estos puntos, de difícil manejo diplomático, requieren de un supremo tacto y razonamiento y subrayan uno de los más escalofriantes aspectos del triunfo de Trump: la evidente ausencia de preparación del candidato electo para enfrentar la responsabilidad que emana del cargo. Esa carencia podría ser remediada con la asistencia de un equipo asesor de alto nivel y con gran sentido de responsabilidad. Pero ocurre que Trump ha sido sido el único director de su vida y, como regla, sólo atiende a su propio criterio, sin consultar a terceros. Las determinaciones de un presidente no pueden depender solo de su instinto; también requieren de asesoramiento profesional capacitado. Pero eso nos lleva a otro peligro: que Trump decida convocar como ayudantes a personas que no estén dispuestos a contrariar su opinión, sino a plegarse a su voluntad, aunque esté mal informada o mal intencionada.
Cuando se ocupa un puesto gubernamental, cualquiera que éste sea, pero principalmente si se ocupa la primera magistratura de una nación, es necesario aceptar que debemos suprimir nuestra posibilidad de decidir y actuar unilateralmente: el interés del país se convierte en nuestro superior inmediato. Es sumamente peligroso que un individuo ocupe un cargo de poder decisorio, cuando posee el tipo de personalidad que considera que el mundo comienza y termina con él. Ese peligro se ha convertido en tragedia cientos de veces en la historia de la humanidad.
El resultado de una mala decisión presidencial, especialmente en el caso de una potencia nuclear, puede resultar catastrófico. Como ejemplo, imaginemos a Donald Trump manejando la crisis de los misiles atómicos en Cuba, en lugar de John Kennedy. ¿Cuál hubiese sido el resultado? Si esa decisión es tomada desde el carácter que se ve reflejado en el usual contenido irresponsable de sus declaraciones, su impaciencia y condescendencia, matizadas por una supina ignorancia de temas esenciales del gobierno, entonces podemos imaginar un mal desenlace.
En términos generales, las opiniones adversas a Trump no son gratuitas. Resultan de sus palabras, acciones y conducta, durante la campaña y de su conducta, como persona y como empresario.
Su displicencia hacia los hechos es compartida y reflejada en muchos de los comentarios expresados en la internet por sus seguidores. Algunas opiniones expresadas por personas en Panamá, la mayoría de ellas anónimas, destilan el mismo odio y hostilidad de Trump, sin plantear argumentos responsables, pasando por alto la posibilidad de que su elección pueda provocar efectos negativos a nuestro interés nacional. Los ejemplos de sus descabelladas afirmaciones son demasiado numerosos para enumerar.
Baste decir que Trump posee el tipo de convicción irreflexiva capaz de afirmar, por ejemplo, que el Canal de Panamá resultaría más productivo y eficiente si fuese administrado por él, personalmente.
Habiendo ya exhibido públicamente su simpatía por expresar absurdos, i.e., denunciar que Barack Obama nació en África y no en los Estados Unidos, no sería extraño que sintiera la atracción de utilizar el tema del Canal de Panamá como parte de su argumento populista politiquero, más aún cuando miembros del ala de la Derecha extrema del Partido Republicano que él representa han argumentado desde hace años que China está planeando su apropiación, en perjuicio de los intereses geopolíticos y económicos norteamericanos en el área.
Nuestro gobierno debe considerar que, después de esta experiencia electoral, cualquier disparate es posible bajo la nueva realidad de una presidencia Trump. Toda la organización política nacional debe estar consciente de que las sorpresas serán abundantes y de que es necesario que Panamá se prepare para las consecuencias del resultado del 11/9.
Lo imposible ha ocurrido. El improbable triunfo de Donald Trump ha creado una "Alicia en el país de las pesadillas" que ha puesto al mundo entero al revés.
Rubén Blades
New York,
9 de noviembre, 2016